esmeraldas (folletin)
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MHS:JORGE GIMENEZ@4:901/2@TEMP to
todos on Sun Mar 15 07:09:00 1998
De: JORGE GIMENEZ 4:901/271.16
Fecha:11 Mar 98 06:53:08
FRUTA PROHIBIDA
Y don Juan -este sujeto es un almacenero italiano con quien
tengo alguna relaci¢n- le dijo, gui¤ando los ojos, a la pardita que
de la gran casa vecina, va todos los d¡as a la compra y que ‚l ha
tiempo festeja, regal ndole ticholos y otras golosinas.
-Vea, si quiere que vamos al "Escatin" esta noche, esc pese...
yo le doy con qu‚ disfrazarse... Nos vamos a divertir !
Y a la respuesta afirmativa de la invitada, seducida por las
d divas continuas, esperanzas de otras mayores y promesas de di-
versiones, sigui¢ un papel de cinco nacionales nuevito y lindo.
* * *
Y un mundo de ilusiones envolvi¢ a don Juan, mientras se
ocupaba en desgorgojar un caj¢n de fideos picados:
C¢mo se divertir¡a !
Ya le parec¡a sentir la m£sica espeluznante del baile y verse
prendido del talle gentil de la pardita, llor ndole en la oreja
sus s£plieas amorosas.
Despu‚s se trasportaba con la imaginaci¢n a un Pequ‚¤o cuarto
de cierto caf‚ conocido y all¡, teniendo a su compa¤era de baile
sentada en las faldas; saboreaba una suculenta buseca o un jubee
steack con huevos. ~ '
Y atrevido y lujurioso llegaba hasta comer con ella en el mis-
mo plato y con el mismo tenedor, cont ndole con su mano y sirvi‚n-
dole los peque¤os bocaditos sabrosos que ella hac¡a desaparecer con
tanta gracia entre sus dientes blancos y menudos.
Qu‚ imaginaci¢n desorejada de almacenero !
¨ Quieren crcer que lleg¢ hasta besarle las piernas a la pardita ?
* * *
Pero.:. cu nta prudencia se necesitaba para que no aperci-
biera la aventura do¤a Teresa, su consorte - una gran mujer blanca
a quien hasta los hombres de galera le dec¡an piropos cuando
dejaba su cuartito vecino a la trastienda y sal¡a a la vereda a lucir
su cuerpo macizo pero airoso, cubierto por un sencillo vestido de
percal.
Y entusiasmado con sus sue¤os no ve¡a d¢n Juan a su depen-
diente Palombi -a ese ganso de Palombi, como le llamaba cuando
bablaba ¡ntimamente de ‚l- que se hac¡a se¤as con do¤a Teresa
y le tiraba besos con la punta de los dedos, que ‚sta hac¡a como que
recog¡a adelantando su labio inferior, grueso, rosado, atrayente.
* * *
Por fin lleg¢ la noche y con ella la hora del placer para el
calaver¢n almacenero.
- Con qu‚ aire de exqulsita cortes¡a pregunt¢ a Palombi si ha-
b¡a cerrado bien las puertas del almac‚n!
Cu nta dulzura demostr¢ al ir a avisar a su esposa qne iba a
estar ausente haata tarde por tener que hacer en la Logia a qne
pertenec¡a !
Y el muy tonto que siempre llamaba imb‚cil a su dependiente
Palombi, sali¢ sin notar la alegr¡a que se pintaba en el rostro de
los que quedaban en casa!
* * *
Y a la media hora tuvo que regresar a b£scar dinero- se hab¡a
ido sin un peso al baile y no ten¡a con que pagar ni un chop a su
adorada.
Despacio abri¢ la puerta de la trastienda y paso tras paso pene-
tr¢ a su dormitorio y al de su esposa dirigi‚ndose a la caja de hierro
que dorm¡a en un rinc¢n, casi cubierta por ropas que no se usaban.
Y encendi¢ un f¢sforo...
Momentos despu‚s acudi¢ la polic¡a atra¡da por unas voces
de auxilio, y al penetrar al patio del almac‚n se encontr¢ con un
espect culo risible.
Palombi, el largo y escu lido Palombi, sujeto del cuello por la
nervuda mano de mi amigo don Juan y no teniendo m s vestido qne
una camiseta de punto que apenas le llegaba a la cintura recib¡a la
m s completa paliza con que puede obsequiarse a un campeador de
fruta prohibida, tomado en flagrante delito de mordisco clandestino.
Y la polic¡a quit¢ a la v¡ctima de entre las u¤as de su verdugo.
C¢mo se quejaba Palombi !
Le deb¡an haber roto una costilla no pod¡a caminar ! aquellos
dolores lo mataban!
La polic¡a quiso llevarlo al Hospital, pero do¤a Teresa se opuso
formalmente.
-¨No o¡an, acaso, c¢mo se quejaba Palombi? ¨No ve¡an que no
pod¡a tenerse en pie?... Por otra parte ella lo cuidar¡a en su cuarto.
Provisoriamente se traslad¢ al enfermo a la cama matrimonial
de don Juan.
* * *
El pobre almacenero, acusado de lesiones corporales graves, fu‚
conducido a la Comisar¡a.
Y al cerrarse tras ‚l la puerta de su casa, cesaron por conpleto
y como por encantamiento los ayes del vapuleado Palombi que que-
daba en el lecbo de que el ofendido marido lo hab¡a arrancado poco
hac¡a, violentamente.
Como este proceder le escoc¡a, don duan no pudo menos que
decir :
- Mire que es salvaje esta polic¡a... ¨ No ve que Palombi se
hace el chancho rengo... no m s?...