David Vi¤as 3/3
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Equis@TEMP to
** ALL ** on Mon Sep 29 02:16:00 1997
contin£a del anterior mensaje.
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Brun ten¡a que seguir esperando. All¡, sentado al pie de su
caballo, en el fondo de ese ca¤ad¢n completamente desierto y liso
como el ca¤¢n empavonado de su Malinchester. Pero la pistola adem s
estaba caliente. Claro que s¡, como los cuerpos de los animales o
de los indios despu‚s de una cacer¡a: cuando estaban por morirse
roncaban como si solamente les doliera alguna parte del cuerpo. Los
lobos marinos ten¡an una piel lisa y suave, los guanacos una piel
peluda y suave, y una concesi¢n de tierra se consegu¡a tranquilamente con que la solicitara uno cualquiera: alg£n cu¤ado o
mejor, un pe¢n al que alguna vez se le hab¡a vendido algo. Primero
hab¡a que pedirla: todo era cuesti¢n de presentar uno de esos
formularios del Gobierno. Despu‚s hab¡a que limpiarla. Craann!
All abajo segu¡an cazando. Ya estar¡an por terminar, pens¢ Brun
sin ninguna certeza. Era un c lculo, simplemente, porque lo l¢gico
era que tardaran mucho m s. La nube de patos shacks se hab¡a
desinflado sobre sus nidos como una enorme v¡scera. Nada. Ni un
latido a lo largo de ese ca¤ad¢n. Y del otro lado de la loma estaba
el mar, y el viento soplaba a ras de tierra, como si se
arrastrara. Las nubes permanec¡an inm¢viles y a ‚l le ard¡an los
ojos. Craann! Los disparos se hab¡an ido espaciando. Seguramente
habr¡a quedado alg£n cuerpo enhorquetado en uno de esos nidos. Un
cuerpo de indio echado hacia atr s, con una mancha negrusca entre
los muslos, pens¢ con malestar.
Hubo un largo silencio y despu‚s no se oyeron m s disparos.
Entonces guard¢ silenciosamente su Malinchester toquete ndola
varias veces para comprobar si estaba bien, Si colgaba bien. Buen
cinto, buena cartuchera.
Por fin, sobre la loma de los nidos apareci¢ Gorbea con su
gente, pero al llegar al filo del ca¤ad¢n, el grupo de hombres se
par¢. El £nico que sigui¢ avanzando fue Gorbea. "Demasisdo r pido",
pens¢ Brun. Estaba harto de esperar, pero una mayor espera lo
hubiera ratificado y Gorbea tra¡a una bolsa que se sacud¡a contra
el flanco de su yegua. Entonces Brun se fue desatando del pie el
cabestro de su caballo.
--Ya est ! -anunci¢ Gorbea desde lejos iniciando un trote
cachaciento que concluy¢ en seguida-. Ya est ! -repiti¢ m s fuerte
y dio unas palmadas sobre su cabalgadura. Por un mornento, Brun
crey¢ que era para apurar su marcha, pero no-. Ya est ! -Gorbea
se¤alaba la bolsa que se bamboleaba pesadamente contra su estribo.
-S¡!
-¨Mucho trabajo? -Brun hablaba desde el suelo, con un aire de
incredulidad, haciendo y deshaciendo Un nudo con la punta del cabestro.
-No -jade¢ Gorbea-. Fue f cil. Muy f cil.
-¨Cazaron al ojeo?
-Y, un tirito aqu¡ y otro tirito all .
-pero... por la playa corrieron ¨no?
-Un poco. Pero no perdimos nada de tiempo.
-¨As¡?
-S¡ -Gorbea estaba orgulloso de su ‚xito, pero se re¡a
cubri‚ndose la boca, como si incomprensiblemente temiera que lo
escucharan los que se hab¡an quedado en la loma- Y eso que es un
maturrango este Bianchi -le secrete¢ a Brun.
-¨Qu‚? ¨Peg¢ una rodada?
-Y cu ndo no! Siempre se cae: la vez pasada... Cuando fuimos hasta la frontera y cuando lo del r¡o... siempre.
-¨Se hizo algo? -Brun no estaba preocupado, sino que quer¡a saber todo lo que no hab¡a visto lo que le hubiera podido resultar un contratiempo a
Gorbea.
-No...Qu‚ se va a hacer! -la risa de Gorbea era ahora incon, jadeaba y re re¡a y se secaba la frente-. !Si se cay¢ de cabeza
Menos mal -murmur¢ Brun sin entusiasmo.
-S¡ -Gorbea todav¡a hablaba entre jadeos doblado sobre el
borren de su montura-. Menos mal... -admiti¢ pasandose la mano por
la frente. Parec¡a satisfecho con su sudor, con su cara enrojecida
y con el calor de su cuerpo- ¨A usted no le gusta ver, eh?-
pregunt¢ bruscamente.
-No -vacil¢ Brun-. Yo prefiero...-presinti¢ que Gorbea
esperaba que le dijera "-Yo no sirvo para eso" o "-Usted es el que
hace lo m s bravo del trabajo". Y que eso lo tendr¡a que decir humildemente, sin titubear, justicieramente. Tambi‚n sospech¢ que
le correspond¡a excusarse por haberse quedado all¡, sentado en el
suelo, esperando, mientras los dem s faenaban. Pero, no. El viento
hab¡a empezado a soplar duramente, hab¡a que entornar los
p rpados para hablar y ‚l ten¡a el sol de frente. El viento le
raspaba las mejillas y ese sol morado en los bordes lo enceguec¡a.
Hab¡a que apurarse.
-¨Y la gente? --pregunt¢; all al fondo esperaban Bianchi y el manco
Bond y parec¡an, contener a sus caballos
-Conforme -comunic¢ Gorbea
-¨En serio?
-¨No le digo que s¡?
-Pero . ¨Bond no protest¢? -Brun se hab¡a puesto pie, hab¡a recogido su fusta y se sacud¡a los fundillos- Como siempre pide m s.
-¨Bon? Qu‚ va a protestar!
-Y, como est acostumbrado a entregar orejas...
-Ese es un tramposo. Por eso.
-Pero sirve -Brun lo mir¢ a Gorbea en la cara-. ¨O no?
-S¡ que sirve . . . Vaya si sirve! Pero a mi no me arregla
asi nom s -asegur¢ Gorbea-. A mi, Bond o la mona, me demuestran lo
que han hecho, pero bien demostrado. Nada de mojigangas. Conmigo,
si quieren cobrar me traen de esto...-Gorbea se hab¡a incorporado
sobre su montura y se pon¡a la mano sobre el sexo-. De esto!
-repiti¢, despu‚s, con cierta ternura tom¢ el borde de la bolsa que
colgaba sobre el flanco de su yegua y la abri¢-. ¨Ve? -mostr¢-.
Todos pagados! y uno por uno... Y nadie protest¢. Ni Bond ni
nadie.
-¨Pag¢ mucho? -pregunt¢ Brun manteni‚ndose apartado de esa bolsa.
-No, qu‚ voy a pagar!-Gorbea estaba entusiamado, ya no se
secaba el sudor, pero su cara segu¡a igualmente enrojecida-. Pagu‚
lo que correspond¡a, ni medio chel¡n de m s. .-sacudi¢ la bolsa y
por la boca de la arpillera fueron rodando esos mu¤ones sanguinolentos.
"Parecidos a cebollas", calcul¢ Brun.
-¨Vio que no era necesario hacer un rodeo? -segu¡a Gorbea.
-S¡ -reconoci¢ Brun-. No era necesario.
Pero el tono triunfal de Gorbea no se aplacaba:
-Yo ten¡a raz¢n, ¨eh?
-S¡...
-¨Vio? Y eso que usted nunca me lo quiere reconocer.
-S¡, si...-dijo Brun.
-Pero es que si a la gente le gusta, hay que dejarla que se d‚ el gusto.
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De "Los due¤os de la tierra, de David Vi¤as. (c)
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chau
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familia corta arbol ver verde ver
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