Aberestata.
From
Equis@TEMP to
** ALL ** on Mon Sep 29 02:16:00 1997
Hola personas (no contaminen).
Ac les dejo algo que escribi¢ Paulina en el Foro de Literatura de MLN
y por (no contaminen) ah¡ les interesa (no contaminen).
---
DE DONDE JUAN EDUARDO MARTINI (ESTUDIANTE, 25 ANIOS, SOLTERO,
'ABSOLUTAMENTE NORMAL' SEGUN DECLARACIONES DE SUS VECINOS) DESCUBRE LA
MUDA CONFABULACION VIOLENTA DE LOS OBJETOS CONTRA EL Y DECIDE LIBERARSE.
El tel‚fono son¢ una vez, dos veces, tres veces. Descolgu‚ el tubo y me
qued‚ mir ndolo. Hola, hola, conteste, dec¡a una voz del otro lado.
Despu‚s un click. Yo miraba el tel‚fono negro. Hay tel‚fonos blancos y tel‚fonos colorados y algunos muy modernos. Pero el m¡o era negro. Yo lo miraba. No iba a colgar el tubo. De pronto estaba cansado del tel‚fono,
harto del tel‚fono, podrido del tel‚fono. No se por qu‚. Tal vez porque
una voz del otro lado no me bastaba, talvez porque de pronto sent¡a la necesidad de ver y de tocar a ese otro que hab¡a dicho nada m s que
hola, hola, conteste. Pero si yo contestaba iba a tener que conformarme
con la voz, la voz zumb ndome en la oreja y meti‚ndoseme adentro para
decirme cosas que yo entender¡a. Pero nada m s que la voz. Me levant‚,
fui al lavadero, busqu‚ un martillo, destroc‚ el tel‚fono a martillazos.
All¡ se quedaron los pedacitos negros, algunas rueditas, tornillos, esas
cosas. A martillazos. Y me sent¡ m s tranquilo, casi contento. Y me
sent‚ en el sill¢n de hamaca. Estuve hamac ndome un rato, mirando los
pedazos negros del tel‚fono negro, las rueditas, los tornillos, esas
cosas. Hamac ndome,hamac ndome, hamac ndome. Hasta que en un momento
me di cuenta de que me estaba hamacando en mi sill¢n favorito. Mi sill¢n estaba debajo de mi traste, yo lo impulsaba y el sill¢n me hamacaba, me hamacaba, me hamacaba. Por qu‚ me estaba hamacando? Busqu‚ el serrucho y
en media hora reduje mi sill¢n favorito a unas maderitas que ech‚ en el
fuego. El fuego chisporrote¢, se puso contento. Como yo, que no ten¡a
m s mi sill¢n favorito, que estaba contento porque ya no ten¡a mi sill¢n favorito. Qu‚ iba a hacer ahora? Qu‚ se puede hacer en un domingo de
lluvia? Saqu‚ al azar un libro de mi biblioteca y me puse a leer. Le
conflit des interpr‚tation, esos ensayos sobre hermen‚utica sobre Paul
Ricoeur. Siempre me gust¢ la filosof¡a, y este Ricoeur me interesaba por
su problem tica del doble sentido que desemboca de las discusiones contempor neas sobre el estructuralismo y la muerte del sujeto. Por un
rato estuve de verdad metido en la cosa, hasta que le¡ esa frase que
recuerdo de memoria (...). Ten¡a raz¢n. Pero justamente porque ten¡a
raz¢n, para qu‚ seguir leyendo? Arroj‚ el libro al fuego, el fuego se
lo comi¢ en un ratito. Era un lindo espect culo. Busqu‚ los otros
libros, y se los tir‚ uno a uno, el fuego ten¡a un hambre loca y yo, a
medida que quemaba los libros me sent¡a m s, m s, cada vez m s liviano. Despu‚s, tambi‚n con el martillo, romp¡ el televisor. Pens‚ en quemar la
casa pero me dio l stima, estoy en el piso seis, se incendiar¡an los
cinco de abajo y los cuatro de arriba, iba a ser una cat strofe, se
morir¡a alguien talvez y no me gusta que la gente se muera. Menos a£n
que se muera por mi culpa. Entonces sal¡ a la calle. Iba dando patadas a todos los autos estacionados a lo largo de la vereda. Pensaba en el
magnifico espect culo que ofrecer¡a una hoguera en la que ardieran los
cientos de miles de autom¢viles de Buenos Aires. Rojo, reflejos de rojo, naranjas, amarillos violentos, azules y violetas y chapas retorcidas,
hierros retorcidos. Pero no, eran demasiados autos para m¡ s¢lo, me
hubieran devorado, aplastado, hecho bolsa. Estaba s¢lo y los objetos
eran todopoderosos. Inm¢viles, mudos,pero todopoderosos. Estaba s¢lo y
las casas eran cada vez mas altas, diez pisos, veinte pisos, treinta
pisos, cuarenta pisos.Pronto un edificio de sesenta y seis pisos sobre
Leandro N. Alem. Y despu‚s ser n de cien pisos, de mil pisos, de diez
mil pisos. No s‚ por qu‚, pero empec‚ a sacarme la ropa, aunque hac¡a
fr¡o. Primero el impermeable, despu‚s el saco, despu‚s el pulover,
despu‚s la camisa, despu‚s los zapatos, despu‚s los pantalones. Todo
mientras iba caminando. Al principio no me miraron mucho, despu‚s
bastante, cuando me qued‚ completamente desnudo la gente se hab¡a
amontonado a mi alrededor, unos se re¡an, otros estaban serios, una
mujer estall¢ en carcajadas hist‚ricas, se¤al ndome la ingle y sus
alrededores; otra dijo algo asi como 'asqueroso exhibicionista', al fin
un polic¡a me cubri¢ con su capote y me llev¢ a la seccional. Me doli¢
no sentir mas frescas gotas de lluvia sobre mi piel. Ahora estoy en
Vieytes. Cada vez que puedo me desnudo, pero no me dejan, me visten a laefuerza. Les digo que estoy bien, que me siento bien; el m‚dico se
asombra porque puedo mantener conversaciones razonables, hablar
coherentemente de pol¡tica, de cine, de futbol. Lo que no entiende es
que no quiero saber nada con las cosas, que insista en comer con las
manos, en dormir en el piso y si es posible al aire libre y sin la menor
prenda encima, en romper todos los objetos que dejan a mi alcance, esos s¡mbolos de utilidad que ha fuerza de ser £tiles se me han hecho tan
in£tiles. Trato de explicar que las cosas que sirven no sirven, pero es entonces cuando menean la cabeza, los m‚dicos y las enfermeras, y me
palmean y me dicen 'tranquil¡cese, amigo'.
---
Adios mundo cruel.
___ X.......BW/386 2.30