victorcito 2
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todos on Mon Mar 2 07:14:00 1998
De: JORGE GIMENEZ 4:901/271.16
Fecha:23 Feb 98 21:45:37
La Merced.
Amelita no lograba ensartar la sortija en mi
dedo. Se rompi¢ todas las u¤as. Las postizas y
las otras. Yo le clavaba la yema de mis dedos en
el estern¢n del padrino como si fuera un moderno
golpe de karate.
Todos se levantaron de sus sitios y se arremo-
linaron alrededor del altar. El organista hab¡a
cesado de tocar a Bach y baj¢ a presenciar la
escena. Por fin mi madre, pr ctica como siempre,
se acerc¢ ella misma y nos coloc¢ los anillos.
Pero el anillo del obispo no pod¡a ser besado
por Amelita. Ella sollozaba y de los nervios le
mord¡a la puntilla de la manga al alto prelado
mientras yo, del otro lado, le daba topetazos en
el vientre con mi cabeza.
Un monaguillo pelirrojo, con cara de chico
del arroyo, le dijo algo al o¡do al obispo, y ‚ste
nos orden¢ quedarnos quietos y apoy¢ su anillo en
nuestras bocas. Por fin la ceremonia termin¢.
El obispo se retir¢ dejando una larga cola de
caje y puntillas que le sal¡an de la manga.
Los saludos en el atrio fueron para m¡ una
cosa acostumbrada. Siempre le daba la mano a
otro. Al que estaba atr s o al costado. Mucha
gente que qued¢ sin saludar, se fue enojada.
Amelita, mi‚ntras tanto, con los besos, mordi¢
innumerables cuellos y pasp¢ muchas orejas de
se¤oras. Lo m s triste fue que (como ya dej‚
acotado) Amelita, cuando le ven¡a la desesperaci¢n,
en vez de besar mord¡a, le desprendi¢ a una
se¤ora un aro florentino del siglo XVI que
jam s fue encontrado.
Durante la recepci¢n, Amelita desparram¢
tres bandejas, a saber: una al darle la mano a mi
t¡o Arnoldo Esteban que a la saz¢n le iba a
tomar la mano para sacarla a bailar el vals. La
segunda, cuando con un gesto delicado quiso hacer
un arreglo floral en un bouquet de an‚monas
dispuesto en un potiche, y la tercera cuando
quiso rodearle el talle a su amiga del alma
Araceli Amarilis, que dos a¤os despu‚s perdi¢ la
vida al desbarrancarse su land¢.
En lo que a mi ata¤e, en la recepci¢n, mi
proceder fue sobrio. Salvo que la concurrencia
comprendi¢ y nadie se pon¡a detr s m¡o, pues a cada
brindis, al intentar beber de una copa, indefec-
tiblemente mojaba a alguien. Este hecho decidi¢
a que en el mag¡n del ingeniero Martelli se
gestara la idea de inventar para m¡, a posteriori, las
botellas con rueditas provistas de un biombo de
contenci¢n.
Nuestra noche de bodas fue una tragedia. El
hecho sexual, en el t lamo nupcial, no se pudo
concretar. Pose¡dos por los demonios de la carne
los dos quisimos satisfacer la comuni¢n de
los cuerpos. Fue imposible: la suite de nuestro
hotel qued¢ totalmente destrozada. Vuelvo a
consignar aqu¡ que Amelita era oblicua para el
otro lado. A la postre resolv¡ atar a Amelita. Tras
m£ltiples esfuerzos sacamos el colch¢n, pusimos
el el stico vertical y la at‚ a Amelita con las
cortinas de voile.
Conociendo mi lado oblicuo, par‚ el colch¢n
del lado izquierdo al lado del el stico a guisa de
elemento amortiguante. Tom‚ impulso (como
siempre lo hago para ver si la velocidad dismi-
nuye mi oblicuidad) pero cuando estaba por llegar,
Amelita se corri¢ por la ley de la inercia
para su propio lado oblicuo. Me estrell‚ contra
los listones del el stico. Todav¡a conservo la
gruesa cruz c rdena inscrustada en mi frente y
de la cual, al mirarla, los hermanos terciarios
no dejan de exclamar cada vez que me ven:
-Santo. Santo. Santo. Ensayamos otras posicio-
nes. Algunas infernales. Otras que escapan al
pudor. Mas todas resultaron infructuosas. Amelita,
desesperada y mordiendo m s que nunca se
embarc¢ a los seis d¡as para el Congo. Part¡a
como misionera.
Yo me qued‚ solo y m s oblicuo que nunca.
Solo no. Ser¡a desconsiderado de mi parte dejar
de recordar a Pimp¡n Allende, Evar Ruiz Erkinsons,
Canti Palumbo y Alsacio von Scoranzi, todos
bizcos, que ya murieron y que me alentaron
en mi desconsuelo. Pero yo estaba m s oblicuo
que nunca. Un d¡a tom‚ un colectivo. Lo hice
porque me hallaba desasosegado, con la mente
obnubilada y v¡ctima del ansia de la autodestrucci¢n.
Fue exactamente a los nueve d¡as despues
de mis esponsales. Y como nada dictado
por la desesperaci¢n puede llegar a feliz t‚rmino,
y como el colectivo a la saz¢n estaba lleno,
al intentar sacar el boleto me llevaron preso por
homosexual. Mi padre tuvo que recurrir al extinto
presidente Alvear para evitar el esc ndalo.
Pero no terminaron ac mis detenciones. Una
tarde de mil novecientos veintis‚is, cuando
bajaba a Buenos Aires desde la estancia, sub¡ al
tren en la estaci¢n Laboulaye, y me lo encuentro
al Canti Palumbo que ven¡a de Santa Mar¡a.
Al intentar saludarlo, me llevaron preso tambi‚n,
esta vez por pungista, pues hab¡a introducido
la diestra en el bolsillo interior de un pasajero.
Lo recuerdo muy bien. Era un se¤or de
rancho, pamblich y quevedos medio parecido a
Ram¢n Novarro. Ya en Buenos Aires, la polic¡a
no consigui¢ colocarme las esposas. Permanente-
mente le golpeaba la barriga al oficial de los
bigotitos, muy flaco y ventrudo ‚l. Mi padre,
que esta vez no quiso recurrir a su extinto
compinche el extinto presidente Alvear, tuvo que
gastar una peque¤a fortuna a guisa de donativo
para la construcci¢n del entonces en ciernes
hospital Churruca.
El soplo de la tragedia aleteaba en mi coraz¢n.
transido. S¢lo me restaba la muerte. Prepar‚
mi carta en rabe y me dispuae a suicidarme
dispar ndome un balazo en la sien. El tiro sali¢
por la ventana y mat¢ a una pobre viejecita del
arroyo, que a la saz¢n transitaba por la vereda
de enfrente con su humilde canasta para ir al
mercado. Fue un gran esc ndalo que adquiri¢
notoriedad p£blica, pues dada la prominencia
social de mi familia, las clases bajas, las gentes
del arroyo y los obreros efectuaron un paro
general de veinticuatro horas y efectuaron
manifestaeiones frente a mi casa paterna, donde
escribieron con alquitr n en el frontispicio:
"Basta oligarcas", "Victorcito Asesino" y
"Vengaremos el crimen de la oligarqu¡a".
Me refugi‚ en la estancia. Manuel, el hijo
natural de la sirvienta que ya mencion‚ al
principio, y que hab¡a sido llevado por mi padre
para la mayordom¡a, hizo lo imposible con su
afecto para borrar mi desaz¢n. El deseubri¢ mis
grandes condiciones como pialador. Clavaba junto
al corral un poste pintado de blanco con una
... Los £ltimos ser n los primeros, cuando den vuelta la cola.
--- PPoint 2.02
* Origin: - Museo point (4:901/271.16)
SEEN-BY: 90/0 15 23 95 2001 823/1 900/111 134 138 140 300 309 358 400
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