victorcito 3
From
MHS:JORGE GIMENEZ@4:901/2@TEMP to
todos on Mon Mar 2 07:14:00 1998
De: JORGE GIMENEZ 4:901/271.16
Fecha:23 Feb 98 21:45:58
sand¡a en la punta. Yo trataba de enlazarlo y
por la izquierda pialaba un potro.
Pero volv¡ de la estancia cada vez m s oblicuo.
No pod¡a usar sombrero porque cuando
me lo sacaba se lo colocaba a ¢tro. Estando
sentado no pod¡a ensartar la hebilla de la malla
del reloj (que por aquel entonces empezaron a
usarse) porque me desabrochaba la bragueta,
raz¢n por la cual ten¡a que hacerlo £nicamente
de pie y apoyado contra la puerta de la sala de
estar.
Los chuscos del arroyo me hacian pullas
cuando me ve¡an por la calle. Me hab¡an hecho
una cuarteta y me la cantaban como en las
carnestolendas.
Victorcito es un torcido
como una teta de vieja
cuando pita del cigarro
se lo enchufa en la oreja.
Recuerdo que cuando me presentaron al
extinto presidente Alvear, ‚ste hizo una chanza al
verme: pregunt¢ si para que yo pudiera rascarme
la espalda, me daban un viol¡n.
Quiz s el arte, me dije entonces para mi
coleto. Quiz s el arte, me repet¡, pueda salvarme.
El piano lo descart‚. Ya de ni¤o, y mientras
estudiaba con los hermanos terciarios, hab¡a
sufrido con el piano un tremendo golpe an¡mico y
som tico. El hermano Balvastro me ense¤aba el
concierto para la mano izquierda de Ravel. A
los primeros acordes me falt¢ el piano. Ca¡ de
bruces, y me qued¢ en la nuca una cicatriz con
forma de escapulario. Al verla, los hermanos
terciarios exclamaron al un¡sono: -S nto, santo,
santo. De tal suerte que decid¡ dedicarme al
estudio de la pintura. Pint‚ en todos lados menos
en el lienzo. Intent‚ cambiar los lugares, y me
fui trasladando por todos los lugares de mi casa
paterna con todos mis petates de pintor. As¡ fue
como enchastr‚ el living, dej‚ convertido el porche
en un pastiche, perge¤‚ de grafismos pict¢ricos
la sala de estar, y un d¡a pint‚ de viola la
cara de Manuel que me estaba mirando. Le hab¡a
pintado una cruz. Los hermanos terciarios
que vinieron a tomar el t‚ con mi madre, al
verlo exclamaron al un¡sono: -Santo, santo,
santo.
El ingeniero Martelli, convocado por mi
padre, y a fin de que yo pudiera pintar de una
vez por todas, invent¢ para mi lo que ‚l denomin¢
"Elembo plus colori". Mientras lo constru¡a,
lo apodaba cari¤osamente "El Vittorio
Emanuelle". Pero el aparato result¢ inoperante,
caro, enorme y m s parec¡a una m quina infer-
nal de "mastro Leonardo", que un auxiliar de
pintor oblicuo. Se compom¡a de dos ‚mbolos,
cinco poleas y un torniquete provisto de un
motor a ignici¢n. Me aprisionaba el brazo y me
obligaba a mantenerlo en una posici¢n paralela
al lienzo. Pero la oblicuidad se me descarg¢
para arriba y, buscando su nivel, pint‚ todos los
lugares a la altura de las puertas. Una cenefa
multicolor orl¢ toda la casa a la altura de un
brazo extendido. "El Vittorio Emanuelle" fue
descartado: El ingeniero Martelli dijo que
persistir¡a y se encerr¢ en su estudio a dibujar
nuevos planos. Todav¡a los sigue dibujando. Pero
la locura repentina de que fue v¡ctima el ingeniero
Martelli es otra triste historia, que alg£n
d¡a narrar‚, cuando mi actual profesi¢n de cr¡tico
literario me deje tiempo.
Sigamos. Mi madre entonces llam¢ al rabino.
Este medit¢, me mir¢, volvi¢ a mirarm‚ y a
meditar; le pidi¢ a mi madre un cent¡metro y
me midi¢ el brazo. Entonces orden¢ que me
fueran a comprar otro caballete id‚ntico al anterior.
Mi madre m nd¢ a Manuel, y una vez que el
rabino lo hubo tenido en su poder, lo coloc¢
con un lienzo igual al lado del otro. De tal forma
que, calculada mi oblicuidad, s¢lo me restaba
dar la pincelada en el caballete de la derecha,
para que ‚sta apareciese en el de la izquierda.
El rabino se retir¢ satisfecho. Pero lo que el
rabino no pudo calcular fue la velocidad de mi
oblicuidad de manera que pint‚ botellas con el
cuello separado del cuerpo, hombres con la
cabeza al costado, mandarinas con las hojitas en
el otro extremo del borde y peces con los ojos
muy lejos de la cabeza. Un terror sobrehumano
me fue martillando la caja craneana, un fr¡o me
pasaba por la m‚dula, la piel se me erizaba con
sus mil agujas de angustia, y satan s re¡a arras-
trando su mu¤¢n sanguinolento. La negra
desesperaci¢n sum¡a mi alma en las tinieblas.
Acaso el vicio, pens‚. Sea, me dije. Mi primera y
£nica experiencia en el hip¢dromo, termin¢ en
Iitigio. Los hechos se sucedieron de la siguiente
manera: Pimp¡n Allende, pocos d¡as antes de
morir, se present¢ en mi casa paterna mientras
yo pintaba, y me dijo lo siguiente:
-Victorcito. Debes jugar al caballo n£mero
seis. El potrillo lleva por nombre "Tangencial".
Llegu‚ tarde al hip¢dromo. Los nervios no me
dejaban afeitarme y en vez del ment¢n me
enjabonaba el hombro. Tuvo que venir Manuel y
afeitarme.
Llegado que hube al hip¢dromo, ya sobre el filo
de lo irremediable, me puse en fila en la
ventanilla n£mero seis. Por los altoparlantes,
la voz cuajada de alarma del locutor prorrump¡a
en voces preventivas: -Se cierra el sport. Se
va a cerrar el sport. El empleado estaba por
bajar la ventanilla cuando reclam‚ dos talona-
rios. Me los dieron, s¡, pero cuando iba a pagar
fui v¡ctima de la oblicuidad, y pagu‚ en la siete,
justo cuando el empleado hab¡a ya bajado la
ventanilla. El de la seis me arrebat¢ los boletos
y baj¢ tambi‚n su ventanilla. Gan¢ el seis
"Tangencial", por varios cuerpos. Amparado por el
doctor Aparicio von Scoranzi, hermano del
extinto amigo m¡o bizco Alsacio von Scoranzi.
Todav¡a estoy en litigio con la comisi¢n de
carreras del Jockey Club.
Ni el vicio, ni el erotismo, ni el arte, ni el
matrimonio. Los designios del Se¤or me lo es-
taban negando todo. Hasta que un d¡a que yo
estaba tratando de abrir un pomo de amarillo
de cadmio para lo cual, y siguiendo las instruc-
ciones del rabino, lo hab¡a colocado sobre el
dresoir, es deeir, a la derecha el tubo de
dent¡frico y a la izquierda el pomo de amarillo de
cadmio en ese momento, digo, entra mi t¡o
Arnoldo Esteban y me dice: -Victorcito. Albricias.
He descubierto que t£ sirves para cr¡tico
literario. Lo tienes todo: sabes el rabe, eres
oblicuo, lo tienes todo.
Entr‚ a "El Nacional" por la puerta grande.
Y a£n sigo. Mis cr¡ticas son asombrosas. Las
dicto. He hallado mi camino, pese a que algunos
familiares de escritores suicidados dicen que yo
no quiero a nadie.