Suicidios masivos..sectas
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Asiram@TEMP to
** ALL ** on Thu May 22 21:16:00 1997
Apocalipticos, ciberm¡sticos e integrados
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Por Alejandro Agostinelli
Para los soci¢logos de la religi¢n, una transposici¢n err¢nea del suicidio colectivo de la comuna socialista liderada por el reverendo Jim Jones, en noviembre de 1978, condicion¢ la percepci¢n social del fen¢meno de las sectas. No caben dudas de que la imagen de los 900 cad veres desperdigados en la selva de Guyana es el ejemplo moralizante m s frecuentado. El Templo del Pueblo, sin embargo, no era una secta en el sentido cl sico: estaba afiliada a los Disc¡pulos de Cristo, una iglesia protestante respetada y mayoritaria, y Jim Jones no se cre¡a Jesucristo: "En mi £ltima encarnaci¢n -se jact¢ una vez- fu¡ Vladimir Lenin en Rusia".
El suicidio revolucionario de Jonestown habr¡a tenido una intenci¢n m s pol¡tica que religiosa. A pesar de eso, durante 15 a¤os fue el principal estandarte con el que se quiso desalentar y suprimir la expansi¢n de nuevos movimientos culturales que -por extravagantes, radicales o anticlericales- merec¡an ser arrojado al trasto de las sectas destructivas.
En febrero de 1993, Waco marc¢ a fuego la tensa relaci¢n entre las religiones minoritarias y los administradores del poder. Hoy -a cuatro a¤os del asalto al rancho de Monte Carmelo-, la casi totalidad de la literatura sociol¢gica y criminol¢gica excluye la hipotesis del suicidio colectivo: el FBI, lejos de intentar comprender el mundo apocal¡ptico de David Koresh, enfrent¢ sus reclamos teol¢gicos con tanques de guerra y gases t¢xicos.
Luego, el infierno de Waco no s¢lo aliment¢ la conspiranoia del grupo miliciano que vol¢ el edificio federal en Oklahoma: tambi‚n intensific¢ el sentido de persecusi¢n entre los protagonistas de las dos £ltimas tragedias: la inmolaci¢n de los adeptos de la Orden del Templo Solar (53 muertos en 1994, 16 en 1995 y otros 5 en 1997) y, ahora, la triste osad¡a de Applewhite y sus disc¡pulos. Es f cil entender por qu‚ son casos que erizan las espinas del poder: sus integrantes ya no son proletarios (Jonestown) o hippies (Waco) sino burgueses (OTS) o exitosos modelos de la nueva cultura ciberm¡stica: los 39 viajeros voluntarios al Reino de los Cielos -como m s del 20 por ciento del pueblo norteamericano-, cre¡an en la Segunda Venida de Cristo, en el reino de internet y en oscuras confabulaciones alien¡genas.
Los £ltimos 112 desencarnados acaso fugaron al Para¡so por temor a revivir el martirio de Cristo, o el de los davidianos, una posibilidad que acaso contribuy¢ a que decidieran adelantar la fecha del fin de los tiempos.
La evidencias de que un Ovni los esperaba detr s de la cola del cometa, por cierto, eran un disparate redondo como un mandala: la euforia ufol¢gica surgi¢ a ra¡z de una foto que, el 15 de noviembre pasado, tom¢ un astr¢nomo aficionado que confundi¢ una estrella de 8ª magnitud con una nave alien¡gena. La sospecha de que la polic¡a pudiera golpear primero, en cambio, ten¡a antecedentes. La coincidencia entre el momento de m xima proximidad al Sol del cometa Hale-Bopp y las Pascuas de Resurrecci¢n hizo el resto: cualquiera que haya hojeado La Novena Revelaci¢n, de James Redfield, sabe que en el mundo de la Nueva Era reina el imperio de las coincidencias asombrosas.
Aunque el sentido com£n les niegue la raz¢n y se justifique denunciar a los charlatanes, buscar en los grupos de contacto extraterrestre potenciales suicidas no ayuda a crear una sociedad pluralista, dispuesta a convivir en un clima de diversidad social, religiosa y cultural. El £nico ant¡doto recomendable contra el fanatismo apocaliptico es la comprensi¢n, el di logo y la integraci¢n. El esp¡ritu de cacer¡a, el prejuicio y la discriminaci¢n, en cambio, conducen a una espiral paranoica que borra las fronteras entre santos, justos y pecadores.